Vivimos tiempos de apariencias.
Redes llenas de logros, felicidad permanente, relaciones perfectas, cuerpos impecables, hijos ideales.
Pero detrás del filtro, muchas veces hay soledad, autoexigencia, miedo al juicio y una gran necesidad de validación.
¿Te has preguntado alguna vez qué hay detrás de quienes más presumen?
La inseguridad disfrazada de grandeza
“Dime de qué presumes y te diré de qué careces” no es solo un refrán sabio, es un espejo incómodo.
Porque cuando alguien presume constantemente de su inteligencia, belleza, éxito o fortaleza, muchas veces no lo hace desde la confianza… sino desde la carencia.
Presumimos cuando:
- Dudamos de nuestro propio valor.
- Queremos encajar o destacar.
- Sentimos que no somos suficientes sin la aprobación externa.
Presumir es gritarle al mundo lo que aún no hemos sanado por dentro.
¿Y si mostramos más verdad?
No se trata de dejar de celebrar los logros, ni de ocultar lo que nos hace sentir bien.
Se trata de hacerlo desde la autenticidad y no desde la necesidad de demostrar algo.
Mostrar vulnerabilidad no es debilidad.
Ser sinceros sobre nuestras dudas o fracasos no nos hace menos valiosos.
Al contrario, nos hace humanos.
La autenticidad es silenciosa, pero poderosa
Las personas auténticas no necesitan presumir: inspiran con su coherencia, con su humildad, con su capacidad de reconocer sus luces y también sus sombras.
Porque al final, lo que más nos conecta no es lo que los otros aparentan… sino lo que nos permiten ver desde el corazón.
✨ Dime de qué presumes, y te diré de qué aún estás sanando.