Tener un hijo no significa tener una réplica de uno mismo.
Significa acompañar a un ser único que viene al mundo con su propio carácter, sus gustos, sus sueños, su forma de mirar la vida.
Y sin embargo… ¿cuántas veces intentamos, sin darnos cuenta, moldearlos a nuestra medida?
No son lo que esperabas. Son lo que necesitan ser
A veces nos cuesta aceptar que nuestro hijo o hija:
- Quiere ser artista cuando soñábamos con un médico.
- Prefiere llevar el pelo largo, teñido o rapado.
- No sigue las normas de “buen gusto” que nos inculcaron.
- Tiene una orientación sexual o identidad de género distinta a la que imaginamos.
Y es ahí donde se pone a prueba lo más profundo de la crianza: el amor incondicional.
El respeto no se demuestra solo en lo que decimos, sino en lo que permitimos
Respetar a nuestros hijos no es dejarlos hacer todo sin límites. Es:
- Escuchar sin interrumpir.
- Preguntar antes de juzgar.
- Dejar de corregir su esencia para adaptarla a nuestros esquemas.
- Abrazar sus diferencias como una riqueza, no como un error.
Lo que realmente necesitan
No necesitan aprobación ciega.
Necesitan saber que pueden ser quienes son, sin miedo a perder tu amor.
Porque cuando un hijo siente que debe esconder una parte de sí mismo para ser aceptado, empieza a desconfiar de su valor. Y ahí, el daño no se olvida.
¿Y si hoy soltamos el control?
Soltar el control no es abandonar. Es amar desde la libertad.
Es decir: “No eres lo que imaginé… eres incluso más hermoso tal y como eres.”
Porque el verdadero legado no es que se parezcan a ti,
sino que se atrevan a ser plenamente ellos mismos.

