Es sábado por la mañana. Un grupo de niños corre tras un balón con ilusión, mientras sus familias los observan desde la grada. El ambiente debería ser de apoyo, de entusiasmo sano, de respeto… pero no siempre es así. A veces, las gradas se convierten en un campo de batalla emocional donde los gritos, los reproches y los insultos eclipsan lo que realmente importa: la formación, el disfrute y el aprendizaje de los niños.
El mal ejemplo que se grita desde fuera
Cada vez es más común encontrar padres que, más que animar, presionan, critican e incluso agreden verbalmente a entrenadores, árbitros, porteros y, lo más doloroso, a los propios niños que están en el campo. Esos niños que solo quieren jugar, aprender y disfrutar del deporte.
Cuando un padre insulta desde la grada, su hijo aprende que el respeto es opcional. Cuando un adulto grita «¡Ese árbitro no vale para nada!», enseña que el error se castiga con desprecio. Cuando se ridiculiza a un portero por encajar un gol, se destruye la confianza de un niño que aún está aprendiendo a gestionar la derrota.
Niños en formación, no atletas profesionales
Muchos de estos comportamientos provienen de una expectativa desmedida: padres que creen que sus hijos son futuras estrellas, sin entender que están en plena etapa de desarrollo. Niños que están aprendiendo valores, habilidades sociales, inteligencia emocional, trabajo en equipo… no compitiendo por un contrato profesional.
También es habitual que algunos padres se inmiscuyan en decisiones propias del entrenador: cuestionan la alimentación recomendada, critican por qué su hijo juega menos que otro o incluso por qué un niño permanece en el banquillo. Estas actitudes, lejos de ayudar, generan tensión, malestar y desvalorizan la labor formativa del entrenador, quien vela por el bienestar del grupo y el equilibrio del equipo.
Es importante recordar que cada niño tiene su ritmo, sus momentos y sus oportunidades, y que el deporte también enseña a esperar, a ceder y a aceptar que no siempre se puede ser el protagonista.
Claves para gestionar como entrenador, familiar o espectador respetuoso
- No tomes lo personal como personal: esos gritos no son sobre ti, sino sobre la frustración mal gestionada de quien los lanza.
- Educa con el ejemplo: mantén la calma, demuestra respeto y transmite serenidad.
- Protege a los niños del ruido: ayúdalos a enfocarse en su proceso y no en los gritos externos.
- Habla con el club: si los comportamientos son reiterados, deben abordarse de forma institucional.
¿Y los padres que pierden los papeles?
Estos comportamientos suelen venir de una mala gestión emocional. Padres que no saben perder, que no toleran el error, y que proyectan en sus hijos su necesidad de éxito. Es común que estos adultos no sepan cómo lidiar con la frustración, y sin querer, transmitan esa carencia a sus hijos.
Algunas claves para ellos:
- Autoobservación: ¿Por qué me altero tanto? ¿Estoy pensando en mi hijo o en mis expectativas?
- Cambio de foco: en lugar de centrarse en ganar o destacar, valora el proceso: esfuerzo, compromiso, mejora.
- Frases positivas tras el partido:
- «Estoy orgulloso de ti.»
- «¿Lo pasaste bien?»
- «Me encanta ver cómo te esfuerzas.»
Educar también desde la grada
Como adultos, tenemos la responsabilidad de entender que en cada grito hay una lección. Y si la lección no es de respeto, humildad y empatía, es mejor guardar silencio.
Porque no se trata solo de formar deportistas, sino de formar personas.
Para reflexionar…
¿Qué clase de adulto quieres ser cuando tu hijo te mire desde el campo?
El respeto también se entrena.
