Vivimos en una sociedad acelerada, llena de compromisos, tecnología y prisas. Pero en medio de ese torbellino, hay algo que nuestros hijos necesitan más que cualquier juguete, dispositivo o actividad extraescolar: nuestra presencia real.
No se trata de estar físicamente, sino emocionalmente disponibles. De mirarles a los ojos, de celebrar con ellos una victoria en un partido, de reír viendo juntos una película, de aplaudir con orgullo en una actuación del colegio. Se trata de estar cuando ellos nos necesitan… incluso cuando no saben cómo pedirlo.
Lo que no se olvida
Los niños no recordarán si llevaban la camiseta más cara del mercado, pero sí recordarán si mamá o papá estaban en la grada animando. No recordarán todos los regalos, pero sí las veces que nos sentamos a escucharles sin el móvil en la mano.
Esas pequeñas acciones construyen su autoestima, les hacen sentirse importantes, les enseñan que su vida importa. Porque cuando estamos presentes, les decimos sin palabras: «Eres digno de mi tiempo, de mi atención y de mi amor.»
Estar es educar
Ir a verles al colegio, acompañarlos a un partido, jugar a su videojuego favorito o simplemente cenar juntos sin pantallas… Todo eso educa emocionalmente. Porque el vínculo afectivo es el primer andamiaje de todo aprendizaje. Cuando un niño se siente acompañado, se siente seguro. Y un niño seguro es un niño que puede aprender, crecer, desarrollarse.
La presencia no siempre es fácil… pero siempre vale la pena
No siempre podemos estar. El trabajo, las obligaciones o incluso el cansancio nos lo impiden. Pero cuando sí podemos, que nos vean, que nos sientan, que nos recuerden ahí. Porque nuestra presencia no es un lujo: es una necesidad emocional para su desarrollo.
Así que la próxima vez que puedas… ve a su partido, a su función, siéntate a ver esa película que ya has visto tres veces o pregúntale cómo fue su día. Porque esos momentos se siembran en su memoria y florecen en forma de confianza, fortaleza y amor.

